“Un clásico es un libro que cuando se lo lee por primera vez ya es la segunda” dijo Borges. Aun los que nunca leyeron la Illíada saben que existen Aquiles y Ulises. Millones no han leído una página del Quijote, pero casi todo el mundo sabe que el personaje que imaginó Cervantes se enfrentó con los molinos de viento. Los clásicos son libros que todos conocemos aunque nunca los hayamos siquiera tenido en las manos.
El “Martín Fierro” es el clásico argentino. Cualquiera sabe, aunque jamás haya leído el libro, los consejos del Viejo Vizcacha: “Hacéte amigo del Juez / no le des de qué quejarse; / y cuando quiera enojarse / vos te debes encojer, / pues siempre es güeno tener / palenque ande ir a rascarse”. Desde el analfabeto al erudito en literatura argentina del siglo XIX todos se saben de memoria los versos con los que comienza el poema de José Hernández: “Aquí me pongo a cantar / al compás de la vihuela / que el hombre que lo desvela / una pena extraordinaria / como el ave solitaria / con el cantar se consuela.”
Hay muchas culturas que no tiene clásicos. En América latina no hay clásicos. Estados Unidos tampoco tiene un clásico. Que un texto alcance la estatura de clásico requiere de una operación histórica muy compleja, que mezcla el inconsciente social con la calidad literaria, es parte de una guerra cultural y se apoya en una construcción política muy poderosa. Como es un texto relativamente reciente y todo en torno a él está muy documentado es que podemos conocer cómo fue que el “Martín Fierro” se convirtió en nuestro clásico imaginado.
En la cultura oficial argentina de 1910 se consideraban textos fundamentales al “Facundo”, de Sarmiento, y “El matadero”, de Echeverría. Si se hubiera hecho una encuesta en 1913, preguntando a la intelectualidad de la época cuál era el más grande libro argentino, ninguno hubiera dicho que era el Martín Fierro. Pero Lugones intervino y cambió todo.
Pasaje del anarquismo al nacionalismo, Lugones comienza a leer al “Martín Fierro” como la gran epopeya argentina. Fue la reivindicación de los anarquistas en 1904 la que le permitió a Lugones ver en el libro de Hernández la obra maestra que nadie en el mundo cultural oficial había siquiera imaginado.
En la cultura oficial argentina de 1910 se consideraban textos fundamentales al “Facundo”, de Sarmiento, y “El matadero”, de Echeverría. Si se hubiera hecho una encuesta en 1913, preguntando a la intelectualidad de la época cuál era el más grande libro argentino, ninguno hubiera dicho que era el Martín Fierro. Pero Lugones intervino y cambió todo.
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